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Cerca del sol, lejos del mar: Un nuevo gran paso de Mariana Alandia

Sigo desde hace años la encomiable carrera de Mariana Alandia Navajas, que fusiona admirablemente su faceta de excelente pianista con la de investigadora y divulgadora del repertorio boliviano. No es exagerado decir que en el conocimiento de este riquísimo legado hay un antes y un después de ella. Fue gracias a ella, por ejemplo, que yo pude percibir el alcance de una figura insustituible como fue Eduardo Caba, cuyo enorme calado desde luego trasciende las fronteras de aquel país. Y tras aquellos Aires indios de Bolivia que tanto me impresionaron desde la primera escucha de la grabación que ella realizó en 2014, seguí con interés otras producciones fonográficas y las ediciones en partituras que ella ha realizado, todas ellas fundamentales para conocer el devenir y la especificidad de lo acontecido en la música clásica boliviana en los últimos 150 años.

Ahora Mariana Alandia nos vuelve a sorprender con otra grabación, Cerca del sol, lejos del mar, que, al igual que en casos anteriores, se fundamenta en una loable tarea de investigación musicológica, bien reflejada por unas notas al programa encomiables por riqueza de información y capacidad de síntesis. Hablamos de composiciones que sin esta labor probablemente seguirían siendo mayoritariamente desconocidas no sólo al gran público sino a la propia comunidad académica. Y en este caso —dato fundamental— se trata de partituras capaces también de abrir una ventana sobre esa dimensión de género que hoy tanto nos ocupa y nos preocupa. Aquí, junto las obras de diversos compositores varones, hay música extraordinaria de mujeres no menos extraordinarias: la gran Modesta Sanjinés, con cuyo Alto de la Alianza el disco empieza, y la no menos fascinante figura de Hercilia Fernández de Mújica, escritora, compositora y militante feminista de quien —lo reconozco— desconocía la existencia. Mujeres que en un contexto complejo vivieron la música como una dimensión irrenunciable de su propio vivir en el mundo.

Porque la música —cualquier música— no es un objeto ajeno a nuestro día a día: es parte de la vida tanto de quien la hace como de quien la escucha. Lo es en el momento de su composición, y lo es cada vez que la interpretamos. La música de demasiadas mujeres permaneció muda durante demasiado tiempo. Rescatarla ahora, hablando de esas composiciones, estudiarlas y, sobre todo, tocarlas y grabarlas significa darles una segunda vida, aquella que a menudo ni siquiera tuvieron en aquel momento.

La interpretación de Mariana Alandia tiene justamente el tono que, para mi gusto, mejor permite hoy apreciar esta música que nos llega directamente, sin una historia de la interpretación de por medio, de un mundo cronológicamente y sociológicamente tan lejano. Hay una entrega apasionada, pero sin desembocar nunca ni en sentimentalismos exacerbados, ni en rebuscados preciosismos tímbricos, ni en épicos contrastes dinámicos que inevitablemente tenderían a convertir estas piezas en una caricatura de algo que no son. Esa mirada desde la distancia que siempre tenemos cuando tocamos música de otra época, aquí se vuelve un filtro valioso para apreciar unas obras que en su momento sonaron mayoritariamente en salones y casas privadas, de la mano de pianistas que muy probablemente jamás llegaron a tener un control del teclado y una consciencia estilística propia de una intérprete profesional de calado internacional como es Mariana Alandia.

Aquel mundo, aquella Bolivia de finales del siglo XIX, ya no existe, ni existen esos pianos tan frecuentemente desafinados, ni esas escuchas distraídas, ni la sensación de que aquella era música de moda. Esta música la escuchamos inevitablemente como un viaje a un mundo que ya no es, como quien abre una caja olvidada en algún baúl y encuentra unas fotografías amarillentas, capaces de remitir a un tiempo que no vivimos y tal vez reconozcer algún rostro familiar en el pleno de su juventud. Esa emoción de reencontrarnos con un mundo del que únicamente suponíamos la existencia es única e inconfundible, y es una emoción que surge de la consciencia de un presente que mira a sus propias raíces. Una emoción intensa que vive de la distancia que nos separa de esa realidad pasada.

Sólo que una obra musical no es una fotografía: a la obra musical hay que darle vida tocándola, y esto se puede hacer de muchas maneras. De ahí el reto de que esa fascinación encuentre un equilibrio que haga justicia a la riqueza de una música donde convivían constantemente la intensidad sentimental, los bailes de salón, la mirada idealizada hacia los modelos europeos y la interacción continua con las circunstancias sociales y familiares más próximas. Y esta grabación ese equilibrio dentro de la diversidad lo consigue magníficamente.

Escúchese, por ejemplo, con cuánta variedad de articulación y fraseo se abordan las muchas páginas en ritmo ternario, ya sean valses o mazurcas, sin perder nunca la sensación de que no estamos ante un baile de salón, sino ante una recreación vivida desde la intimidad doméstica del teclado y que ahí encuentra toda su riqueza, ya sea en la intensidad nostálgica del Recuerdo de Modesta Sanjinés, la serena amabilidad del Sueños de artistas de Hercilia Fernández de Mújica, las caprichosas inflexiones de la mazurka Titita de Héctor Sanjinés o las cambiantes acentuaciones del vals Tarijas de Rosendo Estenssoro.

Merecen un discurso aparte las dos obras de juventud del gran Eduardo Caba que cierran la grabación. No sólo por su innegable interés, sino porque la misma intérprete ya las había grabado en su doble disco dedicado a la obra pianística de este compositor. Y aquí es fascinante comprobar como la escucha de ambas acabe siendo profundamente distinta, tanto por lo diversas que son las circunstancias de grabación como por el marco global en que se ubican y diversos detalles de la interpretación de la propia Mariana Alandia. Escuchadas en el marco de aquella otra grabación, orientada a valorizar el conjunto de la obra de Caba, tanto el Vals imperial como la Berceuse se presentaban como obras con una plasticidad sorprendente y una amplitud de respiro que enlazaban perfectamente con el conjunto de aquel proyecto, a lo que sin duda contribuyó el monumental piano Bösendorfer Imperial en que se grabaron esas mismas obras hace casi una década. Caba aparecía, ya en estas obras tempranas, como el compositor de concierto y vocación internacional que acabó siendo. Esta nueva grabación muestra, de aquellas dos obras, otra faceta, la que nos habla del espacio de donde surgieron: el mundo del salón. La toma de sonido es más cercana, el acompañamiento suena más presente, y a ello también contribuye el piano en que se ha realizado esta grabación, el Yamaha de la fundación bonairense El sonido y el tiempo, institución cuya tenaz labor de difusión y fomento de la música merece el máximo aprecio y respaldo.

No se trata de determinar cuál de las dos grabaciones es “mejor”: se trata de celebrar que el volver sobre una misma obra permita descubrir matices nuevos y tal vez inesperados. No nos cansemos de recordar que ésta es justamente la dimensión que permite a una obra trascender la circunstancias que le dieron vida para convertirla en “clásica”. Algo que parece evidente en el caso de ese repertorio canónico que tantas veces interpretamos y reinterpretamos, y que, sin embargo, es una dimensión propia de cualquier repertorio. Se trata de tener la imaginación para desplegar ese potencial que hace tan rica y fascinante la interpretación musical.

El conjunto de esta grabación, no sólo por su contenido sino por la forma en que este repertorio está abordado, me ha recordado lo que el querido y tan admirado Raúl Herrera Márquez ha sabido hacer con la música mexicana de esa misma época, en dos grabaciones que son un hito para el pianismo latinoamericano y que sigo disfrutando a cada escucha sin que ni una nota me parezca poder encontrar mejor lugar que el que este gran pianista y didacta le supo dar a la hora de confiar su interpretación a los micrófonos.

Aquí no tenemos, como sucedía en aquel caso, otras grabaciones que puedan representar un referente de escucha. La excepción son precisamente esas dos obras de Eduardo Caba, donde el referente de una grabación anterior permite, como hemos visto, escuchar con otra perspectiva esta nueva grabación si ni siquiera cambiar de intérprete. Una grabación que a partir de ahora se convertirá a su vez en una referencia para el futuro. Toda mi admiración hacia Mariana Alandia y a quienes la han acompañado en este trabajo de recuperación y valorización del repertorio pianístico boliviano. Estoy impaciente por saber qué seguirá, y no dudo de que nos esperarán, una y otra vez, otras muchas agradables sorpresas.