Tag Archive for: Singapore

El encierro

En estos últimos días diversas personas queridas me han comentado que les sorprende que esté tan callado en las redes sociales. Y es cierto.

Lo estoy por varios motivos. El primero es logístico. Este “todo el mundo en sus casas” puede sonar muy igualitario, pero es justo lo contrario. Estar solo o acompañado, con o sin niños, con o sin jardín, con o sin buena relación con las personas con quienes compartes tu vivienda, así como tener a personas mayores en casa o no, tener un trabajo retribuido o no, tener perspectivas futuras o no, tener una edad u otra… Todo contribuye a que la casuística sea de lo menos igualitario que hay.

El tiempo y la tranquilidad que toda esta situación nos deja, concretamente, varía totalmente según las circunstancias, exactamente como estar todo el día en casa puede suponer una amenaza económica terrible o no dependiendo de cuál sea nuestra situación laboral. Yo tengo a personas de mi entorno que directamente no saben cómo dar de comer a sus hijos. Tal cual. No es mi caso, por fortuna. Ni siquiera tengo, este semestre, multitud de horas semanales de clase por impartir. Pero sí vivo en un piso de 60 metros cuadrados, con una pareja (maravillosa, eso sí) y dos niños, y sin un piano en condiciones. Y cuando leo los relatos de quienes tienen tiempo para leer libros y ver series y películas, o veo a quienes están estudiando y retransmitiendo sus interpretaciones en directo en las redes, me parece estar viviendo en otro planeta. Me alegro por quienes lo pueden hacer. Yo no. Si el encierro te pilla viviendo solo en casa, o en pareja, tienes una situación. Si tienes niños, todo cambia. Del mismo modo que, durante años, disfrutas de los fines de semana en familia, sí, pero éstos son cualquier cosa menos un descanso. Descansas, si acaso, los lunes, cuando los niños por fin están en el cole, si no coincide que tienes un día repleto de clases u otras actividades. Y si encima no tienes jardín ni un balcón mínimamente practicable, la cosa se complica ulteriormente.

Ahora bien, lo principal es que estamos bien, tanto Sílvia, los niños y yo como también mis padres, que viven en Italia y precisamente en la zona norte, el epicentro del horror. Un horror, no lo olvidemos, que es el resultado no sólo de la propagación del virus en sí misma, sino de décadas de abandono de la sanidad pública y del comportamiento inconsciente de muchos políticos y una parte de la ciudadanía. Aquí en España se está repitiendo el mismo guion que en Italia, con más irresponsabilidad si cabe por parte de la clase política, y de ahí que los problemas estén siendo aún más graves. Y no hemos llegado a lo peor todavía. La gestión de todo el asunto está siendo pésima, agravada por la debilidad estructural del estado y por el desmoronamiento cada vez más evidente de esa patética institución que está siendo la Unión Europea, incapaz de defender el interés común y únicamente orientada a amparar los intereses de los más poderosos.

Como todo el mundo, intento sobrellevar todo lo mejor posible. Yo tenía en estos meses, entre marzo y junio, una agenda que incluía conciertos y conferencias en España, Portugal, Italia, México, Costa Rica, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Turquía. 9 países. Todo suspendido, por supuesto, a la espera de ver cuáles de estas actividades se podrán realizar algún día y cuáles no. Pero comparando con la situación de tanta gente que está sufriendo mucho, mucho más, ni se me ocurre quejarme. Sólo deseo que esto acabe pronto; quiero ver cómo salimos (anímica y económicamente) y deseo que sepamos reflexionar acerca de qué hay detrás de todo lo que está pasando. La fragilidad del norte del mundo, supuestamente más “desarrollado” y más “poderoso”, se ha visto desenmascarada con una crudeza escalofriante; enteras naciones de rodillas ante este enemigo invisible y, sobre todo, ante la impotencia de un sistema que no sabe ni siquiera cómo comprar y distribuir a su propio personal sanitario unas míseras mascarillas que cuestan unos pocos dólares… Es algo increíble. Y muy revelador de los desequilibrios estructurales y las debilidades de nuestro mundo. Ojalá sepamos imaginar otro, en el que la solidaridad y el bien común tengan un espacio mayor, y podamos luchar para hacerlo realidad.

El problema es que, además de la real escasez de tiempo y tranquilidad mental para escribir (aunque creo que escribir este post va a ser muy saludable, en este sentido), entrar en las redes sociales me está resultando, en estas semanas, una experiencia francamente desagradable. Demasiadas son las cosas que no me gustan. Detesto el goteo interminable de previsiones catastrofistas acerca de “lo que pasará” y, aún peor, acerca de “lo que pasaría si no hiciéramos no sé qué”, precisamente ante una pandemia de la que todavía sabemos tan poco; me parecen literalmente pornográficas las cifras diarias de muertos y positivos; no me gusta ver como se está aceptando sumisamente el relato dominante como el único posible; y me parece desconcertante que el terror se expanda entre colectivos que tienen una probabilidad de fallecer por este virus infinitamente más baja de la que tienen cada vez que ponen en marcha su automóvil o encienden un cigarro.

Estamos encerrando a niños y mayores supuestamente por el bien de toda la población, pero el caso es que de este modo estamos institucionalizando una violencia que veremos qué consecuencias traerá. Y globalmente estamos poniendo en riesgo el futuro de la educación y el bienestar nuestros y de las próximas generaciones por una enfermedad que cuesta creer que pueda matar a más personas de las que matan anualmente las armas que producen esos mismos países ahora tan amenazados (un numerito, ya que están de moda: ya van 400 000 muertos sólo por la guerra de Siria). Ojo: puede que sí; quizás llegaríamos a millones de muertos, si no estuviéramos todo el mundo recluido en casa (aunque hay maneras y maneras de hacerlo, como se está viendo en la anarquía de medidas que hay en la propia Unión Europea). Y yo, como más o menos todo el mundo, intento ser lo más estricto posible con las normas. Pero reclamo mi derecho a no creerme el relato al 100%. Demasiadas son las cosas que no sabemos, de este virus, y no lo digo yo, sino gente que sí sabe de epidemiología. No sabemos por qué mueren tantos hombres y tan pocas mujeres, por ejemplo. Y no sabemos realmente por qué en ciertos países hay una mortalidad más alta que en otros, ni por qué en ciertos países se ha expandido tanto y en otros no tanto contando con medidas similares, ni por qué parece haber variaciones en las franjas de edad de las personas fallecidas según los países, por mucho que sepamos que el conteo sigue criterios diferentes en cada caso. Todos los supuestos expertos que escriben artículos sobre el tema acaban llegando al mismo punto: ninguna hipótesis consigue explicar con claridad las cifras de las que disponemos. Y es normal que así sea: conocemos todavía de una forma demasiado imperfecta el funcionamiento de este Covid-19. De ahí la importancia de la investigación, y no sólo de las medidas de prevención: una investigación que será aún más decisiva con el paso del tiempo, porque de ella dependerá que en el futuro sepamos hacer frente a otras embestidas de este virus u otros parecidos.

Por otra parte, si comparamos las víctimas del coronavirus contabilizadas hasta el momento de escribir estas líneas (25 000 en todo el mundo) con las de cualquier otra enfermedad grave (400 000 por malaria cada año, para dar una idea; insisto: cada año), me cuesta no pensar que todo este revuelo, incluida la investigación a contrarreloj que se está realizando en laboratorios de medio mundo, se está armando porque de malaria, o de dengue, o de otras tantas enfermedades muere sobre todo gente pobre y de piel oscura. Sin hablar, por supuesto, de la cifra pavorosa de personas que mueren cada día de hambre. Y me da una rabia horrible que se hable tan poco de lo racistas que están siendo las medidas que se han tomado en la propia Europa, y en España en particular, considerando cuánto amenazan la economía y la seguridad jurídica de los colectivos más débiles, en una sociedad en la que el neoliberalismo ha hecho estragos, en la que la precariedad laboral se ha visto avalada constantemente por gobiernos de diferentes colores, lenguas y banderas, y en la que los propios centros de acogida de menores se han vuelto un negocio siniestro creando situaciones escalofriantes en familias inmigrantes y en colectivos especialmente indefensos.

El discurso del “bajar la curva”, por otra parte, se está aplicando en Europa de manera chapucera, y a la vista están los resultados: el rigor con el que se ha aplicado en muchos países asiáticos ha dado resultados que en Europa no están llegando precisamente por la incerteza en su aplicación. No tengo la impresión de que se haya partido de un análisis real de las características, las fortalezas y las debilidades de nuestro sistema de convivencia, como en cambio sí se ha hecho en otros países. He intentado leer algo acerca de cómo algunos de ellos han conseguido resultados tan asombrosos: casi 10 000 afectados y sólo 139 muertos en Corea del Sur; 1500 afectados y 49 muertos en Japón; y los más impresionantes, en mi opinión, que son los 5 muertos en Tailandia, los 4 en Hong Kong, los 2 en Singapur, los 2 en Taiwán, ese increíble 0 en Vietnam… Con lo cerca que están todos de ese sureste de China donde empezó todo, y lo hiperconectados que están con esa área. Y hay algo que me fascina: que todos ellos han apuntado sobre las fortalezas de cada país. Singapur y Corea han apuntado sobre la tecnología; Taiwán y Vietnam sobre el civismo y el control de las entradas. Algunos de esos países tienen una sanidad pública muy potente, otros la tienen esencialmente privada; algunos tienen un poderío tecnológico evidente, otros no tanto; y cada uno ha sabido buscar una coherencia entre sus posibilidades y su cultura.

Y luego está la comparación, incómoda dónde las haya, con las enfermedades respiratorias ligadas a la gripe, que causan entre 300 000 y 500 000 muertos al año en todo el mundo. Ya lo sé, todo el mundo lo sabe a estas alturas: el coronavirus no es una gripe. Ok. Pero veremos si realmente generará más víctimas. Puede que sí. Seguro arruinará la vida a más gente, abordado como lo estamos abordando. Pero esto que estoy diciendo, hoy en día, no es políticamente correcto. El discurso oficial ha calado tan hondo (quizás porque hay una humana necesidad de sentir que el esfuerzo individual tiene sentido, algo que respeto profundamente) que supongo molestaré a varias personas, al escribir esto. No es mi intención. Sólo quiero molestar a los desgraciados que tras permitir con sus votos el saqueo de la sanidad pública, el empobrecimiento de las arcas del estado y la precarización del mercado laboral ahora tienen la cara dura de achacar a un gobierno como el que tenemos ahora en España toda la culpa de lo que está pasando. Las responsabilidades que podemos pedir al gobierno actual son poca cosa frente a las que deberíamos reclamar a los gobiernos anteriores (estatales y autonómicos), sin olvidar la losa inaudita que ha representado la delirante política económica impuesta durante estos años por la Unión Europea. Pero incluso dentro de la indecencia ética en la que se ha convertido esta Europa en ruinas se puede mantener la cordura, como demuestra, una vez más, el caso de Portugal (ya van años que de ese país llegan lecciones).

Yo no sé de epidemiología y no sabría llevar adelante todo esto. Sé hacer otras cosas y espero poder seguir haciéndolas. Únicamente me reservo el derecho a no aplaudir una situación en la que nos está metiendo no sólo el maldito virus, sino también una sombría sinergia colectiva, cuya trayectoria no empezó este pasado enero en Wuhan. A quien aplaudo, cada noche a las 20:00, es al personal sanitario, que está siendo, en España y en todo el mundo, el verdadero colectivo a quien amar y a quien agradecer todo lo que están haciendo, personas de todas las edades a menudo dejadas solas ante el peligro por la irresponsabilidad de quienes deberían respaldar su actuación (véase, para citar sólo un caso emblemático, el caso del Hospital de Albacete, que me toca especialmente de cerca porque ahí trabaja una persona querida, donde han faltado mascarillas, guantes y batas durante días y días y sólo se ha conseguido mejorar en parte la situación gracias a un crowfunding mientras el director del mismo centro aseguraba a los medios que nunca había faltado de nada).

Espero de corazón que todo el mundo que esté leyendo estas líneas no tenga que lamentar víctimas cercanas. A partir de ahí, veremos cuándo y cómo podremos volver a tener una vida cultural como aquella por la que estamos luchando. Y veremos si seremos capaces de contribuir a hacer de este mundo un mundo mejor, que falta nos hace.

40 questions

In December 2017 I answered the Musikeon version of the so-called Proust Questionnaire. It was a nice way to talk about very different things, from tigers and archeology to Borges and Star Wars. Here are the questions and my answers.

 

  1. An adjective that best defines your character? Enthusiastic. This, at least, is what they say about me.
  2. What quality do you most appreciate in a person? The passion they put into what they do is what I love.
  3. What do you expect from your friends? That they should want to get across the passion they feel for what they do.
  4. You couldn’t live without…Having projects ahead that no one else has conceived in the same way.
  5. Your main fault? Unpunctuality.
  6. Your ideal of happiness? That what I do for pleasure brings joy to others and helps make their lives richer.
  7. What would be your greatest tragedy? Losing one my children.
  8. As a boy, what did you want to be? As a very small boy, nothing in particular. Later, an archeologist.
  9. And now, if you weren’t a musician, what would you like to be? An archeologist, exactly, although today my interests would have a far more anthropological focus than what I imagined when I was young. And for a while now I can also see myself as an astrophysicist: looking at the sky, dreaming about outer space, and knowing what to ask it. I could give my life over to that.
  10. Your favourite colour? I tend to like the variants of more common colours when they verge towards others: vermillion, turquoise, lime green.
  11. Your favourite animal? Felines, in general, and the tiger in particular. But I like to look at animals, not touch them: I don’t need too much physical interaction with them, as opposed to how I feel about people.
  12. Your favourite city? One in which I don’t have to live my whole life and which will keep me surprised day after day. If I have to choose from those I know, and for widely different reasons, I would say New York, Singapore, Rio de Janeiro, Paris, Cairo, and Barcelona.
  13. Your ideal landscape? Waking up in the Dolomites, preferably in a spot I have never visited.
  14. What place do you dream of visiting one day? Outer space. Literally: to see the earth from outside and without gravity.
  15. What place would you always go back to if you could? A great many. To begin with, a certain unforgettable landscape: my beloved Dolomites, of course, but also Lake Pichola in Udaipur, the summit of Pão de Açúcar, the Yellowstone Park geysers, an infinite number of spots in Iceland, Elephantine Island with the desert just behind it looking from the shores of the Nile in Aswan. Then, always, the Library of Congress. And to the arms of Silvia, my partner (it sounds a bit corny but it’s a fact).
  16. Three musicians without whom the world would be worse off? ¿Three who are alive? Frederic Rzewski, Brad Mehldau, David Ortolá.
  17. A work of music you never tire of hearing? It depends on what era and, very much so, on the performance and recording. Over recent weeks, Schumann Violin Concerto as played by Patricia Kopatchinskaja.
  18. A special song for you (and don’t say why)? “Abendstern” by Schubert.
  19. A musical instrument (not your own)? Alto Flute.
  20. A writer and a book? Jorge Luis Borges. “Ocean Sea” by Alessandro Baricco.
  21. A painter and a painting? Claude Monet. “Study after Velazquez’s portrait of Pope Innocent X” by Francis Bacon.
  22. A film. “Moulin Rouge” by Baz Luhrmann.
  23. A sport. Hiking.
  24. Car, bike, or public transport? Car or public transport, depending on the place and the quality of the transport.
  25. Favourite food and drink? My mama’s home-made sweet tortellini, and fresh mango juice (and fresh fruit juices in general)…but separately, of course!
  26. Do you cook regularly? Yes.
  27. What name do you like the most? Gaia. If I’d had a daughter I’d like her to have been called this.
  28. What is the habit of others you most detest? Belittling someone, on a small or grand scale, especially when it is an expression of scorn based on difference.
  29. What defect do you most easily tolerate? Mine, firstly: unpunctuality.
  30. Your fictional hero or heroine? Yoda.
  31. Your real-life hero or heroine? People like Oscar Camps (the founder of the NGO Proactiva Open Arms) who sacrifices everything to do what he believes in. And his family, who support him.
  32. In which city do you imagine yourself living? Many. The important thing for me is with whom and doing what. If I have to choose one, then it’s New York. At least for a while.
  33. Would you have like to have lived in another era? No. I’d just like my era to better than it is.
  34. What musical event would you have liked to be present at? The December 22 concert in 1808 in the Theater an der Wien, the day Beethoven premiered his 5th and 6th Symphonies, improvised and played a version of his 4th Concerto that I believe was unthinkably different to how we imagine this work today. But I would like to be at that concert not as a Viennese person from 1808 but being what I am today, a musician and musicologist of the 21st century. To be able to compare those performances with all that we have done later with those scores, that would be quite amazing!
  35. Which musician from the past would you have liked to know? Those whose personal qualities fascinate me and at the same time leave me questioning before which I would like to have an idea of my own. Beatriz de Dia, for example, or Josquin Desprez. And also Barbara Strozzi, and no doubt Haydn, who seems to me the most sympathetic guy of all Western music. Maria Szymanowska and Louise Farrenc. Brahms, without a doubt. And then, already entering the twentieth century, Cowell and Hindemith.
  36. 24 hours with…? Many people, known to me and not. Among those I know, perhaps Krystian Zimerman. Among those I don’t, at this moment in time, Lita Cabellut.
  37. What musician of the past would you have liked to know? Many. But, above all, I would like to know people whose existence at this moment I am ignorant of. There are people whose names and music don’t even reach us. Silvia and I, for example, met Ustad Niyaz Khan in Jodhpur, India, in 2005; what we saw and experienced there, in the antithesis of the star system, is the type of experience I would like to repeat above all else.
  38. How would you like to die? With the feeling of having done everything I wanted to do. Something that undoubtedly will not occur because my projects grow with the years in both number and size.
  39. What is your current state of mind, right now? Determined and looking forward to the year that awaits me.
  40. ¿Do you have a motto or a favourite saying? “The more you know, the closer you are to magic”. The actor José Sacristán said that in one of the most beautiful scenes of a film I am infinitely fond of, “Un lugar en el mundo” (“A Place in the World”, 1992) directed by Adolfo Aristarain.